viernes, 21 de agosto de 2015

JOHANN GUTENBERG

EL INVENTOR DE LA IMPRENTA CON LINOTIPOS MÓVILES, QUIEN A PESAR DE CAMBIAR EL MUNDO, MURIÓ EN LA RUINA
Por Isaac Asimov


En 1454 se estaba preparando para su publicación la primera edición impresa del libro más vendido del planeta. El lugar, Alemania; el editor, Johann Gutenberg. Pero como los premios de este mundo son a veces caprichosos, sus esfuerzos le llevaron a la ruina un año después.

Johann Gutenberg venía experimentando con pequeños rectángulos de metal desde hacía veinte años. Todas las piezas tenían que ser exactamente de la misma anchura y altura para que encajaran perfectamente unas con otras. La parte superior de cada rectángulo estaba moldeada delicadamente en la forma de una letra del alfabeto, sólo que invertida.

Imaginémonos estas piezas de metal colocadas unas junto a otras formando filas y columnas muy apretadas; las entintamos uniformemente y apretamos con fuerza sobre ellas un pliego de papel.

Levantamos el papel: como por arte de magia, aparece cubierto de tinta con la forma de las letras, pero mirando en la dirección correcta. Las letras forman palabras, y de palabras se compone la página de un libro.

Las gentes de Europa y de Asia habían hecho ya lo mismo con anterioridad, sólo que tallando las palabras o caracteres en bloques de madera; la talla era a menudo muy tosca y sólo servía para una única «xilografía». La idea de Gutenberg fue fabricar elegantemente cada letra en un «tipo» metálico individual; una vez completada e impresa una página, podía utilizarse el mismo tipo para otra, y una pequeña colección de tipos móviles servía para componer cualquier libro del mundo. Esta innovación fue obra de Gutenberg, y aunque quizá habría que llamarla un triunfo de la tecnología y no de la ciencia, no deja de ser un descubrimiento importante.

Hoy día se conservan fragmentos de páginas que Gutenberg imprimió entre 1440 y 1450: parte de un calendario y un fragmento religioso. Pero fue en 1454 cuando construyó seis prensas y comenzó a componer el libro más grande de todos: la Biblia.

Trescientas veces se estampó la primera hoja de papel contra los tipos entintados, y de allí salieron otras tantas hojas impresas idénticas. Luego se reordenaron los tipos para componer la segunda página, después la tercera, etcétera, hasta un total de 1282 páginas diferentes, con 300 ejemplares de cada una. Una vez encuadernadas, salieron 300 ejemplares idénticos de la Biblia: la edición más importante de cuantas se han hecho de este libro, por ser la primera que se imprimió en el mundo occidental.

Hoy día sólo se conservan 45 ejemplares de la Biblia de Gutenberg. El valor de cada uno es incalculable, pero a Gutenberg no le reportaron ni un céntimo.

La mala fortuna persiguió a Gutenberg durante toda su vida. Nació alrededor de 1398 en la ciudad de Maguncia, Alemania, en el seno de una familia bien acomodada. Si las cosas hubiesen discurrido pacíficamente, es muy posible que Gutenberg hubiese podido realizar sus experimentos sin ningún problema. Pero por aquel tiempo había contiendas civiles en Maguncia, y la familia Gutenberg, que estaba del lado de los perdedores, tuvo que marchar precipitadamente a Estrasburgo, 160 kilómetros al Sur. Esto ocurría seguramente hacia 1430.

En el año 1435, Gutenberg estaba metido en algún negocio. Los historiadores no saben a ciencia cierta de qué negocio se trataba; pero lo cierto es que se vio mezclado en un pleito relacionado con el asunto y allí se mencionó la palabra «drucken», que en alemán quiere decir «imprimir».

En 1450 le volvemos a encontrar en Maguncia y dedicado definitivamente a la impresión, cosa que se sabe porque pidió prestados 800 florines a un hombre llamado Johann Fust para comprar herramientas. En total debieron de ser veinte años de experimentos, inversiones, trabajo y esperas, así como de fragmentos impresos que no reportaban ningún beneficio ni despertaban ningún interés.

Gutenberg comenzó, finalmente, en 1454 a componer su Biblia, en latín, a doble columna, con 42 líneas por página e iluminadas varias de ellas con estupendos dibujos a mano. Nada se omitió en este gran envite final: la cúspide de la vida de Gutenberg. Pero Fust le denunció por el dinero prestado.

Gutenberg perdió el pleito y tuvo que entregar a Fust herramientas y prensas en concepto de indemnización. Incluso es probable que no consiguiera terminar la Biblia y que esa empresa la completara la sociedad compuesta por Fust y un tal Peter Schoeffer. Ambos adquirieron renombre en el campo de la impresión; Gutenberg se hundió en la oscuridad.

Más tarde logró dinero prestado en otra parte para seguir trabajando en la imprenta; pero aunque nunca arrojó la toalla, tampoco logró salir de deudas. Murió en Maguncia, hacia 1468, en medio de la ruina económica.

Lo que no fue un fracaso fue el negocio de las imprentas, que se propagó con fuerza imparable. Hacia 1470 había prensas en Italia, Suiza y Francia. William Caxton fundó, en 1476, la primera imprenta de Inglaterra, y en 1535 el invento cruzó el Atlántico y se estableció en la ciudad de Méjico.

Europa era por aquel entonces escenario de una revolución religiosa. Martín Lutero inició en 1517 su disputa con la Iglesia Católica, que terminó con el establecimiento del protestantismo. Antes de Lutero había habido muchos otros reformadores, pero de influencia siempre escasa; sólo podían llegar a la gente a través de prédicas y sermones y la Iglesia tenía medios para silenciarlos.

Lutero vivió en cambio en un mundo que conocía la imprenta. Además de predicar, escribía sin descanso. Docenas de sus panfletos y manifiestos pasaron por la imprenta y se difundieron copiosamente por toda Alemania. A la vuelta de pocos años toda Europa vibraba con el choque de ideas religiosas encontradas.

Gracias a la imprenta, las Biblias se abarataron, proliferaron y empezaron a editarse en el idioma que hablaba la gente, no en latín. Muchos buscaron directamente inspiración en este libro, y por primera vez se pudo pensar en la alfabetización universal. Hasta entonces no había tenido sentido enseñar más que a unos cuantos a leer; los libros eran tan escasos que, quitando a un puñado de eruditos, hubiese sido una pérdida de tiempo.

En resumen: la imprenta creó la opinión pública. Un libro como el Common Sense, de Thomas Paine, podía llegar a cualquier granja de las colonias americanas y propagar la guerra de Revolución mejor que ningún otro medio.

La imprenta contribuyó al nacimiento de la democracia moderna. En la antigua Grecia, la democracia sólo podía existir en ciudades pequeñas donde las ideas pudiesen difundirse por vía oral. La imprenta, por el contrario, era capaz de multiplicar las ideas y ponerlas al alcance de cualquier ojo y de cualquier mente.

Podía tener suficientemente bien informadas a millones de personas para que participaran en el gobierno.

Claro es que de la imprenta también podía abusarse. Un uso hábil de la propaganda a través de la palabra escrita podía hacer que las guerras fuesen más terribles y las dictaduras más poderosas. La difusión del alfabetismo no garantizaba que lo que la gente leía fuese bueno ni sabio. Pero aun así podemos decir que los beneficios han sido mayores que los males. La imprenta ha permitido poner nuestros conocimientos al servicio de las generaciones futuras.

Antes de que Gutenberg fabricara sus pequeños rectángulos de metal, todos los libros eran escritos a mano. La preparación de un libro suponía muchas semanas de trabajo agotador. Poseer un libro era cosa rarísima, tener una docena de ellos era signo de opulencia. Destruir unos cuantos libros podía equivaler a borrar para siempre el testimonio de un gran pensador.

En el mundo antiguo, el vastísimo saber y la abundante literatura de Grecia y Roma estaban depositados en unas cuantas bibliotecas. La mayor de ellas, la de Alejandría, en Egipto, quedó destruida por el fuego durante las revueltas políticas del siglo V. Otras desaparecieron a medida que las ciudades fueron cayendo víctimas de la guerra y las conquistas.

Al final sólo quedaron las bibliotecas de Constantinopla para preservar el legado de Grecia y Roma. Los Cruzados de Occidente saquearon la ciudad en 1204, y en 1453 —un año antes de que apareciera la Biblia de Gutenberg— cayó en manos de los turcos.

Los Cruzados y los turcos aniquilaron la gran ciudad, saquearon sus tesoros y destruyeron la mayor parte de los libros y obras de arte. La gente instruida, en su huida, se llevaron consigo los manuscritos que pudieron salvar; pero era una porción ridícula del total.

Uno de los dramaturgos más grandes de todos los tiempos, el griego Sófocles, escribió unas cien tragedias. Sólo se conservan siete. De la poesía de Safo sólo quedan algunos fragmentos, y lo mismo ocurre con varios filósofos. Por fortuna se conserva casi todo Hornero, casi todo Herodoto y la mayor parte de Platón, Aristóteles y Tucídides; pero por pura suerte. Gran parte de la cultura antigua murió en Constantinopla.

Semejante desastre es probable que no se pueda repetir nunca jamás gracias a la imprenta. Cualquier persona puede tener en su casa cientos de libros en ediciones nada caras, y cualquier ciudad modesta puede poseer una biblioteca equiparable a la de Alejandría o Constantinopla por el número de volúmenes.

Los conocimientos del hombre son hoy día tan inmortales como él mismo, porque sólo pueden desaparecer con la destrucción total de la raza humana. Gutenberg murió en la ruina, pero su obra fue uno de los grandes logros de la humanidad.

Tomado del libro Momentos estelares de la ciencia, publicado en www.librosmaravillosos.com. Preparado por Patricio Barros en colaboración con Sergio Barros.

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